Pocos rockeros hay tan repugnantes y patéticos como el Iggy Pop de The Stooges. Conociendo las travesuras estúpidas que hacía en los primeros años setenta y que alimentaron su legendaria figura de músico salvaje, cuesta creer que saliera vivo de aquella espiral de excesiva autodestrucción. Claro que ahora ya no hay drogas duras diarias en su dieta sino zumos de frutas y costumbres sanas. El impacto de The Stooges se debió a la violencia escénica de su líder y la ferocidad de su música, fórmula más que inspiradora del punk. Su éxito de ventas fue discreto y a medida que crecía su fama gamberra, se apagaba la popularidad marginal del grupo, a todas luces sobrevalorado.
Su primer
álbum, producido por un John Cale ya fuera de la Velvet en 1969, ofrece en
cambio una dosis equilibrada de enfado rockero y excitación psicodélica. Piezas
reconocibles como I wanna be your dog y No fun mantienen su garra intacta,
aunque escuchado en conjunto The Stooges ahora parece más un artefacto singular
e influyente para muchos hardrockeros posteriores que una obra realmente memorable.
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