Me
quedo con esta frase, yo, que tantas veces he sido vehemente contra
los gustos masivos y defendido los laberintos (minoritarios
en no pocas ocasiones)
de mi singularidad.
Una
fan de Celine Dion: “Aunque tal vez no sean cool, aunque bordeen el
ridículo en muchos sentidos y no seas capaz de entender cómo
alguien puede llorar escuchando una canción de Celine Dion, en mi
opinión deberíamos tener más respeto por el candor de la gente…
Creo que es bueno que haya cosas que no se pueden explicar.”
Ah, nosotros, que hemos
despreciado a quien nos suelta que le gusta Mariah Carey o fingido el
acto de vomitar al escuchar un elogio a Radiohead… nosotros, que
alcanzamos el éxtasis con una vibrante sesión de bebop o nos
perdemos en la gloria polvorienta de un viejo canto rural.
La lectura de este libro, un
ensayo del crítico musical canadiense Carl Wilson, me ha
sensibilizado de algún modo con el fanatismo que nos desconcierta,
el que no entra en nuestros ¿cabales? esquemas. Somos como somos y
lo que admiramos merece tanto respeto de los demás como nuestros
gustos merecen el respeto de los otros, por muy contrarios que
seamos. En Música de mierda (sensacionalista traducción del título
Let’s talk about love. Why other people have such bad taste) el
autor toma como punto de partida su aversión a Celine Dion y la
aureola de espiritualidad, grandilocuencia y fanatismo creada a su
alrededor para indagar en lo que se entiende por buen gusto y mal
gusto, no solo musical, sino cultural y artístico, para detenerse en
el elitismo y el clasismo o los perjuicios de la cultura pop. En su
investigación arroja picajosas conclusiones (quizá atropelladamente
a veces), lecturas que casi siempre consiguen mostrarnos un reflejo
más o menos certero de nuestra forma de concebir nuestra defensa de
los gustos que conforman nuestra personalidad.
Hablar de gustos, buenos o
malos, y de lo que conlleva expresarlos en determinados ámbitos
suscita casi siempre un accidentado debate, muchas veces de extremos
y posturas irreconciliables, en el mejor de los casos irónicamente
petulantes, en el peor agresivamente intolerantes. Pero ni unos ni
otros, con distinto bagaje encima, somos quién para decir lo que
está bien y lo que está mal, lo que es bueno o es malo. A mí me
gusta y a ti no. Pues de acuerdo.
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