Penosa por apenada, por decepcionante y sufridora. Un golpe a la moral. Este hombre sigue siendo un alma en pena. Pero ahora duele. A comienzos de año leí un texto que se preguntaba por qué llevábamos tanto tiempo sin saber de él, qué había pasado con aquel tipo sensible de Irlanda que tan hermosas, intensas y conmovidas canciones había reunido en sus dos primeros discos de mediados de la pasada década, O y 9, que sonaban algunos además y quedaban tan bien en la película Closer, y que de repente se lo había tragado la tierra. Ayer me enteraba de que ocho años después tiene nuevo álbum, con esta semana como fecha de lanzamiento. Hoy lamento haberlo escuchado.
El
tercer disco abre siempre interrogantes en la carrera de un artista: puede auparte
o derribarte, consolidarte o destrozarte, mantiene una identidad próxima a la
de las obras precedentes o apuesta por una actitud renovada, ligera o acusada,
según el grado de riesgo que se quiera asumir. ¿Repetición o transformación? Damien
Rice se reitera desastrosamente. Ocho temas largos se suceden en My favourite
faded fantasy, donde la producción de Rick Rubin no pasa de insustancial. No se
puede negar el empeño, la emoción y la sensibilidad que el hombre le ha puesto
a su nuevo trabajo, pero la repetición de esquemas, de tristona melancolía, de
arreglos llorosos y anhelantes y de atmósferas dolorosas destapan a un autor
que se ha quedado ya sin voz en el camino.
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