El cine, aunque nos peleemos a menudo, nos anima la vida, nos ayuda a digerir con una inyección de esperanza las escenas de nuestro ciclo cotidiano, o a mirarlas desde el perfil más favorecido. Eso consiguen las películas únicas, las películas hermosas, las que se apoderan de nosotros. El cine es un regalo, una ilusión, un sueño, un mundo mejor. La vida enciende la luz y apaga el proyector.
En 82 minutos lo
refleja mejor que nadie Woody Allen. Es lo que dura La rosa púrpura del Cairo,
cuento encantado y encantador que cabalga entre las dos dimensiones para vestir
el cine como la evasión perfecta contra la rutina y el desencanto, o como una
ilusoria salvación. Sometida al examen particular del paso del tiempo, esta
pequeña gran obra maestra no tiene edad. Es nuestra.
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