Dejé de seguir la noche de los Oscars hace años, quizá cuando mis favoritas se quedaban sin el gran premio. Pero no dejé de ver las películas, las que ganaban y las que más me interesaban entre las que no lo hacían. Mi opinión vale poco, de cine entendemos tan poco como de fútbol o de política. Nos guiamos por lo que nos gusta y lo que no, más allá de sus virtudes argumentales y técnicas. Y a mí lo que ha ganado en los últimos años me gusta bastante poco o nada.
Me voy a 2016 para aplaudir indudablemente Spotlight; a partir de ese año las películas ganadoras me llevan desde la indiferencia (Moonlight, Nomadland) al tedio (Oppenheimer, Parásitos), van del disparate (Todo a la vez en todas partes) a la estupidez (Anora). Incluso las obras decentes caen en el olvido (La forma del agua, Green book). De cine, con miles de películas a nuestras espaldas, sabemos lo justo y necesario.
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