Belfast. No es la mejor ciudad para vivir. No es el mejor lugar donde ser policía. Pero allí tres novatos inician su periodo de prácticas en una comisaría patrullando con los veteranos, afrontando la rutina de la violencia o el desamparo: una antigua trabajadora social, madre soltera de un hijo mulato; una joven atrevida capaz de levantar la voz si no está de acuerdo; un joven tímido con mala puntería al que coge cariño el compañero más experimentado. Conviven con agentes con fama de raros, con superiores exigentes pero comprensivos, con colegas cobardes sin futuro en el cuerpo. Y del otro lado de la ley viven las mafias en las zonas prohibidas donde las luces azules de los coches policiales no deben entrar, las familias rotas por los años de delitos o la atracción irresistible del peligro y los bajos fondos.
Es Blue Lights. Los seis primeros capítulos de esta serie irlandesa (hay otra temporada con la misma duración) transcurren con una tensión latente, con el riesgo acechante en las acciones comunes o extraordinarias de sus policías. Es fácil encariñarse con las debilidades de sus personajes, también con su tenacidad, con sus fortalezas y debilidades. Y, como ellos, excelentes actores y actrices, el espectador siente cerca los demonios de su profesión, tratando de mirar con firmeza adelante cuando duele hacerlo hacia atrás.
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