Hasta hace unos años, cuando las discografías oficiales no tenían recovecos ni se confundían con incontables archivos lejanos rescatados para saciar el apetito de los coleccionistas más voraces, me empeñé en completar la carrera de Neil Young. Entonces lo oficial estaba bien delimitado, y a ello se podía añadir algún bootleg pirata de mejor o peor calidad de sonido. Me llevó bastante tiempo esa tarea desde mi bautismo en el universo Young, buscando aquí y allá hasta cerrar el círculo. Pero luego el propio músico decidió ir entregando con notable frecuencia grabaciones guardadas y protegidas, un archivo vasto que sigue goteando.
Lo último que acaba de desvelar es Oceanside Countryside, una decena de versiones de canciones grabadas en sus álbumes de finales de los setenta con apenas variaciones respecto a las originales. Es de lo menos interesante de ese legado escondido e interminable de Young, aunque pertenece a una de las etapas más productivas y brillantes, con álbumes como Rust never sleeps o Comes a time. Esta última selección recuperada me devuelve a uno de sus discos que pasó más desapercibido, escaso de valor y relevancia y previo al comienzo de otra fase más osada e irregular, por no decir frustrante. Me refiero a Hawks and doves (1980).
El álbum pasó por mis manos en formato vinilo cuando estaba por la labor completista de discografía, aunque la copia que poseo tiene una pegatina que indica que es un disco publicado "¡por primera vez en CD!". Los Crazy Horse se bajan del barco y se suben leales colaboradores de Young como Tim Drummond al bajo y Ben Keith en la steel guitar. En solo media hora, Neil Young recupera canciones compuestas cinco y seis años antes y compone otras nuevas que juntas dan sentido a un disco de country oscuro y atípico, inconformista y cambiante como su autor, con el extenso tema The old homestead como ejemplo de su inquietante atmósfera.
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