Tengo unas cuantas colecciones de blues. Me gusta, desde luego. En su variedad y pureza, en la profundidad de sus pulsaciones. Grabaciones de gramófono, archivos de Alan Lomax, cantos en las voces de recogedores de algodón, pioneros que suenan a grano, reverendos y ciegos, la serie de cds Saga, blues de Memphis, de Chicago, Detroit, Texas, New Orleans, Mississippi, blues de armónica, de slide guitar, blues británico… Una gran parte lo he escuchado, otra buena parte lo tengo almacenado para que nunca falte dónde escoger.
En el blues hay
historia, leyenda, desolación, castigo, amor, perdición… America late en el
blues, se explica en el blues. A veces parece tan lejano escuchar blues,
sentirlo desde aquí. Otras veces parece tan próximo en su dolor. Se te encoge
el corazón al cubrirte de la arena que arroja sobre ti un bluesman solitario
con su guitarra cruzada. Mi sonido preferido del blues lo oigo con los ojos
cerrados. Cruje el polvo al caer sobre una mesa de madera, se desliza el licor
por el gaznate; una guitarra gime y deja un eco afilado, una voz murmura y
añora, arropada por nada más que el silencio.
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