En
la boda la mejor eras tú, la más guapa. Y no eras la novia. A casi
todas las demás no las conocía, así que no puedo decir gran cosa
de ellas. A las que sí conozco, ¿qué decir a estas alturas? Pues
que no te llegan al tobillo. Hace ya mucho tiempo que no tengo ojos
ni voluntad para nadie más.
Las
bodas, supongo, tienen algún momento hermoso, digno de permanecer
algún tiempo en la memoria de quienes asistimos a la consumación
ritual de una historia de amor que merece llegar al casamiento; lo
demás a mí no me gusta: comida, comida y más comida, vivan las
novios y vivan los novios, las manos en los bolsillos sin saber qué
hacer, hablar con gente con quien probablemente no te volverás a
cruzar, música que no te dice nada, baile, bebida… Menos mal que
estabas a mi lado. Lo menos bueno es que por estar uno al lado del
otro durante todo este tiempo quizá nos esperen más bodas. Trataré
de escaquearme de algún modo.
Soy
así de bicho raro, ya sabes. (Eh,
que tú también tienes tus cosas, faltaría) Qué
le voy a hacer. Probablemente ahora, nada. No
es mi intención, pero ¿quién sabe? Jajaja. Mientras, seguiré
estando ahí para felicitarte cada vez que te vuelvas a poner a diez
años de mí, seguramente con una nueva aplicación en tu móvil que
a mí me haga pensar que le haces mucho más caso a esa máquina que
a cualquier conversación entre seres humanos. Cuando yo tenía la
edad que acabas de cumplir estaba en mitad de ninguna parte y todavía
no nos conocíamos. Alguien movió los hilos para acercarnos de esta
manera y a alguna parte en concreto. Felicidades. A tu lado.
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