No
te fíes del ser humano más inocente, en su ignorancia encierra un
inmenso peligro. Los incidentes más fortuitos destapan los instintos
más violentos y el caos más irreparable.
Son
éstas dos reflexiones que hice al ver cada uno de los diez episodios
de la segunda temporada de la serie Fargo, el traslado en dos etapas
a la pequeña pantalla, con tramas diferentes, del universo físico y
psíquico en el que se recreaba con negrura y contenida hilaridad el
film que hace veinte años rodaron los hermanos Coen. Brillante, de
ruines tipos comunes, palurdos cobardes e irresistibles villanos, me
pareció la primera temporada, con Martin Freeman, Billy Bob
Thornton, Alison Tollman y Colin Hanks en los papeles principales.
Brutal y despiadada, de un absurdo hechizante, es la segunda, con los
relevos de Patrick Wilson, Kirsten Dunst, Ted Danson y Jesse Plemons,
fantásticos todos en el rol de ejemplares defensores de la ley, a su
estilo contemplativo y parsimonioso, y de pobres personas abocadas a
la frustración y al vacío de existencias grises y conformistas.
El
segundo año de Fargo avanza despacio pero con multitud de incidentes
expuestos con precisión y cautela, casi todos de un salvajismo
abrumador y explícito en su exhibición. La historia, apoyada en
hechos reales, descubre de nuevo, como en el film y en la etapa
anterior de la serie, las bajezas humanas cuando los acontecimientos
sobrepasan a hombres o mujeres sencillas. Ahora es su factura
impecable, rigurosa y juguetona, con una selección musical y un
montaje de pantalla fraccionada fantásticos, lo que engrandece un
lienzo en el que los conflictos entre clanes mafiosos y las
situaciones límite que condenan al más inocente de los vecinos
colisionan de forma explosiva. Todo ello con tratamiento de film
negro, western y hasta ciencia ficción. Magistral.
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