“Si
la música no avanza, es música muerta”.
Cien
minutos se hacen insuficientes para exponer la magnitud de la obra y
la figura de Miles Davis (La densidad y el detallismo en el que se
apoyan las series de televisión convierten hoy el cine en un formato
que deja en la superficie muchos de sus argumentos.) Puede que Don
Cheadle no pretendiese darle relevancia al músico; pero si eso era
lo que quería, se lamenta que se haya quedado tan escaso. El Miles
Davis que traza y describe en Miles Ahead (2015), proyecto que
coescribe, coproduce, dirige e interpreta, podría ser cualquier
músico de notable talento, cualquier buen músico de jazz
insatisfecho con los límites de los géneros del que no se hubiera
escrito y dogmatizado tanto. Si es Davis es porque Cheadle se vuelca
de lleno en meterse en la piel de Davis a partir de un episodio de la
etapa más crítica de su biografía que le sirve de excusa para
pasear mediante relámpagos de la memoria por un par de vivencias del
pasado y ensalzar, con vaga fuerza, la trascendencia de su música.
Miles
Ahead no es un biopic. Es una anécdota que no sirve de mucho a la
hora de entronar a su protagonista. El tipo no era de los que caía
bien y Cheadle lo trata con la antipatía que merece. A comienzos de
los ochenta, consumido por sus adicciones, solo y sin horizonte,
llevaba cinco años sin tocar ni publicar y la prensa se preguntaba
por qué. Un periodista indaga en él para arrojar luces y se implica
en una pequeña aventura en la que salen y entran tipos poco fiables
que persiguen una grabación no oficial del músico. Tan débil
anzuelo no lo refuerzan los recuerdos de Miles de su esposa Frances
Taylor, que se entrometen sin mucho sentido a lo largo de un metraje
bastante soso. Decepcionante.
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