De vuelta al consumo cinco días después de haberle puesto el ‘mute’ a todo tipo de música (incluso en la carretera), te detienes unos minutos a divagar con motivo de la escucha de Blaster. ¿Qué razón te ha hecho pinchar el disco que este año firma Scott Weiland con una banda llamada The Wildabouts? No sabrías decir realmente cuál. El tipo al que una vez seguiste al frente de Stone Temple Pilots y como vocalista de aquel discreto supergrupo que fue Velvet Revolver no te dice ya mucho. De hecho escuchaste algún trabajo previo en solitario del que tienes un recuerdo infumable. El hombre anduvo unas cuantas temporadas vagando por el filo y ahora parece que anda sobrio y curado. ¿Qué más da? El caso es que piensas que al detenerte 45 minutos en este nuevo álbum te puedes encontrar con un soplo de lucidez o una brisa de nostalgia que te haga darle un sólido aprobado a la relación que mantienes hoy en día con la música rock y todas sus variantes.
No es la
ocasión. Si aún estuvieras en la universidad grabarías este disco y lo masticarías
varias veces, te agitarías con algún tema y celebrarías la aparición de esta
formación. Pero la música de aquellos días hace tiempo que se ha marchitado.
Blaster parece querer volver a aquellos años. Suena como los Stone Temple
Pilots medio disco con el piloto automático y otro medio con desvíos hacia el
pop alternativo californiano. Ni siquiera una versión de 20th century boy de Marc
Bolan tiene la fuerza suficiente como para el conjunto se recuerde algún día por
ella. Y el disco y su recuerdo se evaporan. Y todo lo que haga Weiland no te
importa lo más mínimo.
Tras la
abstinencia repasas algunos discos que te han gustado este año y llegas a la
conclusión de que Jonathan Jeremiah y Eilen Jewell te emocionan hasta la médula
los/las hijos de puta; que Dawes algún día pueden entrar en el grupo de tus
bandas favoritas; o que Autumn fallin’ de Jaymay sería uno de los álbumes que
te llevarías a la isla desierta cuando llegue el Apocalipsis.
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