Rubber soul (1965) es un buen disco, como la mayoría de los discos de los Beatles. ¿Obra cumbre? ¿Trabajo capital? ¿Álbum referencial? ¿Disco magistral? El debate lo dejo para otro momento. Pondría en duda cada cuestión y rebajaría la relevancia musical y popular de Rubber soul e intuyo que recibiría reacciones en contra. Ellos aparecieron en el momento oportuno, jugaron con ventaja, y los demás llegaron después; yo también llegué mucho después y los descifré y disfruté de otra manera. ¿Que eran buenos? Claro que sí. Pero no los mejores.
Desconecto
unos días y me llevo una lectura de The Beatles en la mochila: nada común, nada
rutinario, sino una aproximación personal desde el sentimiento y la nostalgia a
la música y el mito del grupo. Los Beatles que he vivido es el título; escribe
José Manuel Peña, músico y fan, fan y músico. Escojo un disco para entrar en
situación, uno que hacía mucho tiempo que no escuchaba (en realidad hace mucho
tiempo que no escucho ninguno del grupo). Hay mucha literatura sobre cada
estornudo de The Beatles: de este disco se ha escrito sobre su título, la
tipografía del mismo, la ausencia del nombre del grupo en la portada, la foto
de la cubierta, la grabación… Ya suena el pesadito sitar de Harrison, asoman
los Byrds, Dylan.
Es un
buen disco, quizá engordado de trascendencia porque se graba entre Help! y Revolver.
Volver a él ahora me redescubre buenas canciones olvidadas como Nowhere man o
In my life y también naderías como Norwegian wood o The word. Ahora, a leer.
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