Para los admiradores de The Band y los buenos conocedores de su vida y obra, Robbie Robertson es el único miembro que no despierta simpatías ni al que el tiempo y el legado del grupo convierten en alguien entrañable. Él se lo buscó, seguramente. Sus ambiciones profesionales y el inicio de su enemistad con Levon Helm contribuyeron a acabar con la formación original de La Banda, y pasados los años su distanciamiento lo transformó en un tipo ajeno al grupo e incluso a su recuerdo, pese a sus importantes aportaciones durante los años dorados. Musicalmente Robbie también se apartó del universo sonoro tan peculiar e incomparable de The Band y desarrolló (además de colaboraciones en el cine con su amigo Martin Scorsese) una carrera que muy poco tiene que ver con los estupendos discos de la banda hasta mediados de los setenta.
Este álbum de
1991 es el segundo de su trayectoria. Está grabado en Nueva Orleans con músicos
locales y un nutrido grupo de artistas de relieve (Aaron Neville y sus hermanos,
Ginger Baker, Bruce Hornsby, The Meters, Neil Young y los excompañeros de
Robertson Rick Danko y Garth Hudson), aunque de la ciudad a orillas del
Mississippi guarde vagas resonancias musicales. Es un trabajo elegante, pulido,
delicado, que no merece la intrascendencia.
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