Se subió a la bicicleta y una semana y 700 y pico kilómetros de peregrinaje después llegó al final del trayecto. Con la elástica de su equipo de fútbol como uniforme de aventura. Quiere que los chicos se mantengan en Primera al terminar la liga y la cosa se está complicando. Así que a ver si el Camino me ayuda, nos ayuda, se dijo, se propuso, y cumplió. Su esfuerzo y su fe no pidieron la curación de un familiar enfermo o la solución a una crítica situación personal, no, con ese deseo no hubiera salido en la primera página del periódico, sino que su equipo de fútbol, por si los chicos no son capaces ellos solos, salga del atolladero. Veremos.
Siguieron a su
músico favorito de norte a sur y de este a oeste. Más de quince conciertos dio aquel
verano en el país, un día tras otro o con uno de descanso entre dos
actuaciones. En coche, moto, autocaravana o autobús; solos, con la familia o los
amigos; se echaron a la carretera para seguirle, en primera fila o desde la última.
Un concierto, y otro, y otro. Cantaron sus canciones, hablaron sobre él, sobre
sus canciones, sobre sus discos. Él no tenía idea alguna de que un pequeño
regimiento de fans le entregaba su pasión persiguiendo sus talones.
La pasión no
entiende de razones, por eso se justifica unas veces en el absurdo y otras en
la coherencia, en un sinsentido cerebral y exclusivo. A medida que nos alejamos
del tiempo joven y la vida inquieta, la pasión, aunque reservada, aún late sin
descanso.
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