Música, paz y amor, sí. Y drogas, suciedad y caos. Agosto de 1969.
Quienes no
estuvimos en Woodstock podemos acercarnos con mucha precisión a su espíritu y a
esas sensaciones que las imágenes nos han dejado intuir todos estos años si nos
lanzamos de cabeza a las páginas de Woodstock. Three days that rocked the world, una magnífica
edición de Mike Evans y Paul Kingsbury con la crónica de aquellos tres días, los
antecedentes sociales y musicales que condujeron a un acontecimiento de tal
magnitud y la repercusión que alcanzó su celebración en los años posteriores. También podemos comprender con rigor la relevancia
histórica, sociológica y cultural de aquella multitudinaria concentración de
jóvenes para escuchar música, convivir a la intemperie, drogarse y conocerse a
sí mismos en un tiempo en el que USA estaba a punto de perder su inocencia… o
aquello que se le pareciese.
En
serio, meterse en este libro, con sus luminosas fotografías, los testimonios de
organizadores, músicos, técnicos y simples ayudantes del festival, reseñas de
prensa y textos contextualizados, es sentir la lluvia y el barro resbalando por
la piel, aspirar el sudor brumoso de los cuerpos jóvenes y la esencia áspera de
la marihuana, respirar una libertad sin tiempo y oír a lo lejos el rumor insinuante
de una música irrepetible.
Del
equilibrio en que se asienta la escritura objetiva y los recuerdos personales de
los artífices y protagonistas de este libro con tanta vida extraes unas cuantas
curiosas conclusiones. Una de ellas, parece mentira, es que la música de
Hendrix, Santana, CSN&Y, la Creedence, The Band, Sly, Havens, The Who, Baez
y tantos, en realidad, era lo que menos importaba.
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