Me refiero a Robert Plant, ese señor que todavía gasta melena rizada y ya pasa de los 65 años, ese tipo de rostro ajado y mirada de malas pulgas y con pantalones vaqueros que le sientan como un guante. El superviviente del presente, no el truhán del pasado.
Ocurre que cuando
ahora llega hasta mí alguna vieja canción de Led Zeppelin desde cualquier parte
que no sea la intimidad de casa (pues hace ya tiempo que no pincho aquellos
tremendos discos), las canciones de Page, Plant, Bonham y Paul Jones se despojan
de su aureola de esplendor y les cuesta perdurar en mi particular colección de clásicos
rockeros. Pero si escucho al Robert Plant de ahora y a sus bandas más
recientes, las de la última década, me tropiezo ante un exponente modélico de músico
que ha sabido reconvertirse por los caminos paralelos de su naturaleza musical,
apostando por los paisajes tradicionales del folclore americano unas veces y por
una brumosa introspección sonora otras.
Desde Dreamland
(2002) hasta Lullaby and… the ceaseless roar, que saldrá a la venta en
septiembre, la obra de Plant combina claros y oscuros climáticos. Los trabajos
previos desde comienzos de los ochenta eran más bien discretos. Ahora ya no: versiones
irreconocibles, adaptaciones transformadas, piezas crepusculares al trote, agitaciones
al galope… lo que sea. Dreamland me gusta más ahora que antes. Mighty
rearranger (2005) sigue pareciéndome fascinante. El premiado Raising sand (2007)
conserva su poder de evocación paisajística e invita a volar con los ojos
cerrados. Band of joy (2010), ora cristalino ora turbulento, es más
atragantado. Y el adelanto del próximo álbum tiene muy buena pinta. Plant aún
retiene.
1 comentario:
Absolutamente de acuerdo. La voz llegue o llegue a las cotas del pasado, ha sabido reinventarse y buscar su espacio. No se puede decir lo mismo de los otros ....
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