Yo estaba en los 13 años, camino de los 14. Notaba que aquello del rock me hacía cosquillas. Descubría grupos, encontraba favoritos. Grababa canciones, compraba discos, veía vídeos. Y entonces aquellos cuatro tipos se subían a lo alto de un edificio en Los Angeles, no muy alto para que los peatones los viesen de cerca. En un cruce de calles, aunque ellos le cantaban a un lugar en el que las calles no tenían nombre. Los policías controlaban el tráfico, contenían a la gente. Años más tarde supe que los Beatles se habían subido a una azotea de Londres tiempo atrás. Abajo subía la fiebre, arriba los músicos eran dioses.
Hoy he vuelto a ver este vídeo, a escuchar esta canción, con mi hijo de casi 10 años, justo después de leer sobre la épica que alcanza la música cuando se corea en un estadio, todo el mundo metido en una canción que se te mete en el cuerpo y te eleva en la gloria, el éxtasis. En un tema como este de U2 cuando se escucha en un estadio. Yo que viví este mismo momento dos o tres veces, aún prefiero quedarme con la épica de un cruce de calles, con la banda en el umbral de mi romance insobornable con la música.