Algún día pasearé por las aceras de su supervivencia a la sombra de los balcones. Me llevaré a la boca un buñuelo o un bocadillo de los que llaman de chico pobre. Y arrojaré unas monedas a la funda de una guitarra o un violín a las puertas de un parque. Hoy me conformo con leer sobre su resistencia y regresar a los textos que hablan de su historia o sus gentes o su música. La música me acerca a ella al salir de los pulmones y de los dedos, de golpes y lamentos, de trabajo y fiesta.
Nunca tan
cruel fue el agua, invasora por las brechas de sus diques, destructora de sus
rutinas y esperanzas. Unos se quedaron, otros aún no han vuelto, muchos
murieron sin poder siquiera tratar de salvarse. Hoy levanta sus cicatrices, aún
convaleciente, arrastra heridas, provecho de hienas, delitos y peligro. Vive. Algún
día quiero ir allí y pasear por sus aceras, en los soportales bajo sus
balcones.
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