'The soul
of a man', se llamaba el ciclo. Joe Henry y su alma. La abrió en la intimidad, compartió
el sentimiento palpitante de sus canciones. No le hizo falta más que dos
guitarras, un piano, el saxo y el clarinete de su hijo Levon y su voz. La música
es tan sencilla… Así le puso el broche dorado a su gira acústica de cinco
fechas en España, ayer en el Centro Niemeyer de Avilés.
Mi ciclo
de los grandes, el de esos músicos que cada día me regalan razones para ser
optimista y que me van a acompañar toda la vida, se va completando. Me quedan muy
pocos para disfrutarlos en carne viva, cara a cara. Joe era uno de ellos. Joe
está en una dimensión diferente, en la nave de quienes convierten la música en
un sentimiento purificador, en una necesidad para la salud. Por cómo canta, por
cómo transpira su interpretación, por cómo habla y emociona, por cómo suena.
Casi hora
y media. Odetta, Like she was a hammer, God only knows, The man I keep hid y
medio repertorio de su maravilloso último album, Invisible hour, sonaron celestiales.
Me hubiera encantado
tener delante a su banda al completo, pero su actuación fue excepcional. Apenas
éramos 100 en un auditorio de más de 1.000 butacas. “Hay más intimidad en mi
habitación del hotel”, dijo Joe al pisar las tablas, el eco del paso solitario de
sus botas. Una pena. O una bendición.
Life is
music. Muchas muchas muchas gracias por tu música, Joe Henry.
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