El amplio catálogo de producciones de Rick Rubin guarda asociaciones inesperadas. En 1996 el reclamado productor encontró un alma gemela en el terreno espiritual y creativo en Donovan Leitch, un antiguo icono del poder de las flores en la segunda mitad de los sesenta que, con el curso de las décadas, ahondaría, entre la música y la poesía, en territorios místicos. Rubin ya había extraído de Johnny Cash toda la fuerza de su mito en los primeros dos volúmenes crepusculares grabados bajo su producción cuando trabajó con Donovan en Sutras, catorce piezas escogidas de un cuaderno con más canciones que había empezado a llenar unos años antes.
La sombría profundidad de Cash desaparece con el escocés en el estudio, más meloso y melódico, suave en su recitado. Pero de la escasez instrumental Rubin y de la selección de unos pocos músicos de acompañamiento infalibles (Danny Thompson en el bajo, Benmont Tench en las cuerdas) vuelve a conseguir el ropaje perfecto para crear música cálida, precisa y cuidada en un disco tan estimable como olvidado.






