viernes, octubre 16, 2020

CUANDO COMPRÁBAMOS DISCOS


Un músico que conozco me dice que su próximo disco tendrá muy pocas copias para vender, que podrá escucharse al menos en plataformas audiovisuales. "Hoy nadie compra discos", lamenta. Su pesar se vuelve descorazonador al no poder vislumbrar en qué momento volverá a dar un concierto, a atrapar a una audiencia, a vender su música a quienes aún querremos comprarla. 

Hablamos. Amigos que conoce ya no gastan en discos. Con los dedos de una mano contamos a quienes todavía sí lo hacen entre nuestros conocidos. Él y yo estamos en ese grupo. Nos resistimos a renunciar a ese ritual de nuestra melomanía, aunque hemos limitado mucho las visitas a las tiendas y los gastos, y, acostumbrados a dinámicas de consumo distintas, nos hemos conformado con almacenar la música que nos gusta en formatos que ocupan menos espacio. A los que ya han dejado de acudir a las tiendas o a encargar cds o vinilos en lugares virtuales, suponemos, les basta con escuchar lo que les interesa y borrarlo después, olvidar.

¿Os acordáis de cuando comprábamos discos? No quiero ponerme muy nostálgico aunque me empujen a ello los hábitos de estos tiempos enfermos. Yo compro discos, cierto, bastantes menos que los que compraba desde hace cuatro o cinco años hacia atrás. Y obtengo y guardo bastante música que me gusta a través de otras vías extracomerciales, no voy a negar semejante ahorro y privilegio. Qué más quisiera que disponer de mayores ingresos y de tiempo necesario para explorar los fascinantes tesoros que guardan las tiendas de discos, las pocas que hoy quedan. 


 

Pero me duele que músicos a los que admiro y a los que la música no les da para vivir tengan que limitar la edición de sus recientes creaciones porque ya no encuentran público que las quiera escuchar en sus casas o sus coches. Y que añoren esas horas de éxtasis musical, ajenos a todo lo que no sean sus voces e instrumentos, que los unen al incierto público, pero casi siempre fiel, que confía en ellos.

Y me duele también añorar aquella lejana costumbre de remover cartones y plásticos en las estanterías, aquel disfrute previo al disfrute de dejar caer la aguja o darle a la tecla del play. Cargar con los discos debajo del brazo y caminar con ellos como si fueran merecidas conquistas y valiosos hallazgos hacia un lugar donde poder escucharlos. 

Nadie tiene la culpa de lo que se pierde y desaparece. Hay peleas sin contienda. Es lo que hay. La vida sigue, progresa en un ahora urgente y dedica poco tiempo a tradiciones que en el fondo laten en el interior de cada uno. Que permanezcan ahí, firmes mientras puedan ante cualquier tormenta que traigan los tiempos que cambian. Como discos ordenados unos junto a otros que hoy o muy pronto serán reliquias que nadie compra.

No hay comentarios: