En el recorrido que trazamos por la música que nos ocupa y preocupa hay artistas que nos provocan reacciones y juicios encontrados. En ellos nos detenemos porque de algún modo misterioso nos atrae lo que han hecho y aún hacen. Después, unas veces nos agradan, otras nos decepcionan. Pero seguimos teniéndolos presentes, en algún momento nos apetecerá volver a ellos sin saber bien por qué. Uno de estos casos es Steve Earle, del que siempre me han parecido exageradas las aprobaciones que se le han dedicado. Me interesa más su biografía que su ya abundante discografía afectada por altibajos, a pesar de que le he dedicado una docena de álbumes.
Él último, por
ejemplo, de este año, el bluesero Terraplane, es flojo, áspero y tosco. El
anterior, con el que regresó al lado de los Dukes, The low highway, estaba muy
bien. Los anteriores a este eran bastante olvidables, muy cargados de ferocidad
crítica y activismo político, además de perezosos y planos. Más atrás,
Jerusalem, El Corazón o I feel alright, estaban mucho mejor. Los primeros, en
los que conjugaba el country y el rock, tampoco son mi debilidad. Después de
estos trabajos, el hombre estuvo en prisión unos años por drogas y armas. La heroína
lo desmejoró mucho. Escribió algún libro, una obra de teatro, apareció en
series de televisión, arengó contra el Gobierno americano, se casó media docena de veces (dos con la misma mujer), y
cada cierto tiempo recupera fogonazos de brillantez cuya intensidad se va
apagando.
1 comentario:
Bueno, siempre hay que tenerlo en cuenta. A mi Townes fue el ultimo que me llego concierta intensidad. Paciencia ... aunque si, no veo otro El COrazon para pasado mañana.
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