jueves, agosto 28, 2014
EL GUITARRISTA
Su guitarra es su voz. Es una persona callada. Como el escritor que se expresa mejor con su pluma y se frustra y se azora cuando las palabras habladas no le dejan decir con exactitud lo que siente, él rompe el silencio y se hace entender cuando sus dedos dan sonido a una guitarra. Solo en la terraza de su apartamento o frente a una audiencia de varios cientos de personas. En la furgoneta de la banda camino de algún bolo en un lugar perdido o en el sofá raído de un sucio camerino. Que sepan quienes lo observan y escuchan lo que hay detrás de la expresión de su rostro, lo que esconde en el corazón, el mensaje que encierra la música de una canción, el sentimiento que embarga al guitarrista. Se obstina en que cada emoción tenga su correspondiente sonido de guitarra, en probar una y otra vez variedades diferentes de sonidos nacidos del contacto de los dedos con las cuerdas y que encajen con un sentimiento, un gesto o un movimiento. Como el cocinero que prueba todos los ingredientes de su despensa y calcula con rigor las dosis y los tiempos de cocción hasta dar con la receta perfecta para un nuevo plato. Quiere que una guitarra ría o llore, que coja un berrinche, que le duelan las entrañas, que entre de puntillas en una habitación, se sostenga en el aire como una hoja de otoño desplazada por el viento antes de caer sobre la hierba húmeda, le traslade al verano cuando es invierno o al invierno cuando es verano. Es un libro en blanco si sus manos están vacías, si sus dedos no se deslizan por el mástil de una guitarra acariciando las cuerdas, mimándolas como a una criatura de su propia sangre.
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