La caída del cartel de un festival a una hora de casa me dejó con las ganas de ver a Kings of Leon. Quería comprobar su capacidad para dominar grandes espacios y atrapar a la audiencia, descubrir si en las entrañas de los Followill quedaban aún los arañazos de rock caliente con los que rompieron lazos familiares para dedicarse a esto de la música, antes de que asearan sus modales y maneras sin perder el poder de atracción.
Los hermanos y el primo ya van por nueve álbumes. En 2005 firmaban el segundo, Aha shake heartbreak, cuando se dio por comparar su música con la de los Strokes con algo de tosquedad. La banda parece caminar por vías intermedias, entre el aroma sureño de su bautismo y un atrevimiento por pisar otros terrenos de corte más británico para llamar a más público. El álbum conserva una garra extraña, un tanto chulesca y aún presa de la indefinición. Pero seductora.