El verano de ahora ya no es el de la infancia, ni el de la adolescencia. Pero el verano lleva cosas encima que se niegan a que el tiempo las entierre o las cambie de aspecto, de forma o de sensación. Ahora veo a los bañistas como no los veía antes, el sol calienta más que entonces, los cuerpos lucen más desnudos, las terrazas están más repletas de gente y las calles de paseantes y los helados ya no son tan baratos como antes, aunque hay más variedad y quizá están más sabrosos. Lo que aún queda y siempre quedará es el olor de la piel bañada por el sol, cubierta de salitre y mezclada con los restos de crema de protección para antes o después de tumbarse en la toalla. Tengo ese olor en mi piel. Y también en la tuya, en tus hombros rojizos y descubiertos que me reciben una tarde de verano. Cuando te veo y cuando no.
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