
En su primer largometraje Corbijn, esclavizado al blanco y negro (esta vez frío y sin granulado) escapa de la estética videoclipera habitual para centrarse con seriedad y contención en el entorno musical de Joy Division. La brutal irrupción del punk o Tony Wilson y su contexto discográfico son pasajes muy secundarios, porque lo que más le interesa al director, quizá porque su l
ibreto se basa en las vivencias narradas de la viuda de Ian Curtis, en la compleja personalidad del cantante. Ahí el film encuentra en el actor Sam Riley su mejor baza, no sólo por el acercado parecido físico con Curtis, sino por la debilidad, tristeza y desolación que transmite con la contenida interpretación de un personaje incapaz de asimilar el camino de la vida o la fidelidad del amor. La película, es una pena, no arriesga más y evita otros desarrollos paralelos que hubieran sido interesantes. En cambio, se agradece su honestidad y su sencillez, algo de lo que carece, por ejemplo, la más inaccesible I’m not there.
1 comentario:
Una peli fría, sin pasión. Echo en falta más acercamiento y menos blanco y negro.
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