martes, noviembre 06, 2007

GREATEST HITS 31: RIDERS ON THE STORM (THE DOORS (OF 21st CENTURY))

Parece que fue hace mucho tiempo cuando en aquella entrañable serie americana de televisión The Wonder Years (Aquellos maravillosos años) escuché de fondo en una escena de uno de los primeros episodios una misteriosa canción desconocida que me cautivó al instante. No sólo aquella serie me descubrió a The Doors, sino a James Taylor, Steppenwolf, Crosby, Stills & Nash o Carole King. Pero si me tengo que quedar con un legado imborrable de su riquísima banda sonora escojo Riders on the storm. Lo demás llegó de golpe: un recopilatorio, los seis discos de estudio, dos directos, varios piratas (todo en vinilo), algunos libros, revistas, una película… Sí, un poco fan, cuando el fan es adolescente y su ilusión es pura e inofensiva y aún no se ha vuelto caprichoso y hasta repugnante.

Hace poco volví a escuchar Riders on the storm en una actuación reciente del grupo en que se ha convertido el 50% de los Doors. Ray Manzarek y Robbie Krieger. Los herederos de Jim Morrison y el otro superviviente del mítico grupo, el batería John Densmore, provocaron una batalla legal por los derechos de utilización del nombre de la banda y la formación actual ha tomado distintos nombres en los conciertos que ha dado desde 2002: The Doors of 21st century, D21C, incluso Riders on the storm… La sección rítmica la completan dos músicos que han tocado con Krieger en su propia banda después de un frustrado intento por reclutar al gran Stewart Copeland para la batería, mientras que la nueva voz nace de la garganta del líder y vocalista de The Cult, Ian Astbury, quien da el pego físico como doble de Morrison, comparte una huraña voz que recuerda al ‘rey lagarto’ de sus últimos días y en absoluto pretende resucitarlo con poses y comportamientos para la galería.

Pero a lo que iba, que yo de purista no tengo nada: que Riders on the storm, interpretada ahora por la mitad de The Doors y un acertado acompañamiento, conserva todavía el brumoso clima psicodélico con que fue concebida, atrapa al oyente en su remolino ácido y aún da gusto disfrutarla como una canción inmortal cuando está muy bien interpretada.

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