Tenía ganas de escribir algo sobre Bunbury, ahora que acaba de desvelar sus nuevas canciones en el disco Cuentas pendientes (2025). Pero me he quedado en blanco ante la blancura de la pantalla, los dedos paralizados sobre las teclas. Este blog contiene a Bunbury en algunos textos, y en ellos he expresado ya lo que ahora pensaba escribir: la adicción a los Héroes, la decepción con el artista en solitario, la indiferencia a su versatilidad, los puntuales reenganches a su música, el interés por la persona y sus inquietudes musicales, el hartazgo con el personaje y con esas inquietudes que he encontrado frustrantes, un documental, un libro, otro documental, canciones inspiradas, discos intragables.
Hay músicos de los que cuesta desprenderse, incluso aunque te causen más malos tragos que sensaciones refrescantes. Te queda con ellos la sensación de tratar de concederles el perdón permanente, la intuición de descubrir de una vez por todas por qué son tan admirados y por qué su parroquia es tan firme en su fidelidad: acabas comprendiendo esto último, pero te cuesta convencerte de lo primero. Es lo que a mí me ocurre con Bunbury, aunque hayan pasado más de tres décadas y media de aquel flechazo instantáneo, un latigazo que dejó de escocer con el tiempo. Alguna vez desde entonces, solo en algún relámpago, he creído recuperar cierta fe. El Bunbury de este 2025, el que rinde cuentas, la entierra por completo.