Sobra decir que el sexteto que lideran sus fundadores, Joey Burns y John Convertino, es un sensacional compendio de músicos polifacéticos. Sobra decir también que su producción aúna calidad instrumental, dulzura vocal y aspereza paisajística. Lo que no esperaba es que con tan sólo las dos primeras canciones se metiese el grupo de Arizona a una entusiasmada audiencia en el bolsillo. Burns parece un tipo encantador, marchoso tras su apariencia seria, al que le gusta hablar y no le cuesta conectar con el público. Más taciturno se antoja Convertino, "sobresaliente" batería y percusionista, soporte lujoso en el que se asienta la música fronteriza de Calexico, su rock fino, su folk de raíces chicanas, su pop desértico.Toda esa gama de dialectos, acentuada por las imágenes enigmáticas de contexto en la pantalla de fondo, tuvo cabida en la actuación gijonesa de la banda, que saltó de álbum en álbum combinando las trompetas alegres con las cuerdas diversas de sus multiinstrumentistas. Suplicantes suenan los temas de su último trabajo, como Roka o Deep down; festivos sus buceos latinos, como Ojitos traidores o Güero Canelo; que cerró el concierto; relajantes los interludios sin letra y abrasadores un par de clásicos de su repertorio, como Jesús and tequila, Sunken waltz o Crystal frontier, el tema previo a los bisses. Sobraron esas últimas elecciones como esos escasos minutos de más que muchas veces le sobran a las grandes películas. Y a los conciertos magníficos.
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